Hace
años que no nos veíamos. Fue muy loco nuestro encuentro. Me había olvidado su
cara y realmente habíamos sido muy amigos de chicos. Ella siempre llevaba una
sonrisa. Creo que fue mi primer amor. No lo recuerdo bien. Hay momentos de mi
infancia que no recuerdo, que sé que existieron porque me los han contado. Mis
viejos la querían mucho, durante la primaria era como la hija que nunca habían
tenido. De lo que sí me acuerdo fue que un día jugamos a ser novios. Estábamos
sentados en el pasto en el fondo de su casa y yo le di un beso casi en la boca.
Nos reímos mucho hasta que apareció su hermana y se empezó a burlar de
nosotros. Cantaba “están de novios, están de novios”. Ella se fue corriendo.
Nunca volvimos a jugar a ese juego.
Ese
sábado estaba fui al Palais de Glace. Un amigo estaba exponiendo en una muestra de fotoperiodismo. Muchas veces le había prometido que iba a ir y, como Catalina
nunca me había querido acompañar (los museos no son lo suyo), decidí aprovechar
que la tarde estaba fresca pero soleada y me mandé. Mientras daba la vuelta por
el primer piso me conmovió mucho una foto. Era de una casa y una familia. Sí a
eso se lo podía llamar casa . Era muy humilde, los ojos de la madre y los
chicos trasmitían tristeza. Creo que me quede ahí media hora aunque deben haber
sido cinco minutos. De repente me sentí adentro de esa imagen, era parte de esa realidad hasta que sentí una mirada. Volví
al Palais. Debo confesar que al principio pensé que esa persona me estaba
confundiendo con otra. No soy un tipo tan llamativo como para que se queden
mirando. Seguía sintiendo los ojos. Levante la cabeza y escuché “¿Sos vos Tomás?”. No tenía ni puta idea de
quién me estaba hablando pero ese era mi nombre y la mina estaba buena. Asentí
con la cabeza y me dijo “Soy Sofi, del primario”. Reconocí esa sonrisa pero llevaba
el pelo corto y una pollera azul con flores. Parecía salida de una película. Me hizo acordar a la protagonista de "Blow out". Me abrazó, me incomodé pero la abracé igual. No paro de hablar. Me sentía un poco aturdido
y entonces le ofrecí tomar un café a lo que me respondió “que café ni café, vamos
a tomar una birra”. No tomaba alcohol de día desde las vacaciones en Villa Gesell
con amigos. Le dije que si.
Cruzamos
Plaza Francia, primeros los puestos, después el cementerio y el shopping. Me llevo
a un antro que ella llamaba “El pirata”. No coincidía con el nombre del bar
pero nunca pregunté el motivo. Nos sentamos pidió una Stella y la trajeron con manís. Me preguntó que era de mi vida y le conté que administraba una empresa,
que vivía solo, que mis papás se habían mudado a un barrio cerrado y que seguía
siendo fanático de los Stones. Hablamos de música hasta que me tiró “¿Y el amor cómo anda?”. Yo
no quería contestar, estaba entre la espada y la pared. No me banque su mirada acechadora y confesé
que estaba de novio y que en un año el plan
era cansarnos. Sonrió, pero no como la vez anterior. Incomodo lancé un “¿y vos?”. Y ahí comenzó.
- Yo no sirvo
para esas cosas.
- Todos
servimos para eso Sofi.
- No yo no,
siempre me doy cuenta tarde.
Cambio
su voz y su manera de mirar. Me contó que en sus últimas relaciones le había
pasado siempre lo mismo. Ella lo explicaba como una receta en cuatro pasos: “me
gusta el pibe, se enamoran, los dejo, pasa el tiempo y me arrepiento. Ahí
recién es cuando valoro lo que tenía”.
El
primero era un actor devenido en empresario o un empresario devenido en actor.
Tanto no recuerdo. Se habían conocido por una amiga en común en una fiesta. Ella
miraba a otro y no le dio bola. Un mes después se volvieron a cruzar y ahí
empezó el romance que duro menos de mes hasta que ella le dejo de contestar el
teléfono. Meses después se arrepintió. Lo llamó y no hubo respuesta. Cuando me empezó a contar del segundo,
recordé la canción de Sabina “Pero que hermosas eran”. En esta historia pintaba que no había final
feliz. El segundo era un diseñador gráfico que no vivía en Capital, o eso creo que fue lo que inferí, ya que dijo que
cada vez que se subía al bondi para volver, lloraba. A éste me lo pinto como un
maestro. La había ayudado en sus emprendimientos y a confiar en ella. Hasta que Sofía
viajó al exterior, volvió, se cansó y lo dejó. Dos meses después se arrepintió y otra vez
era tarde. No sé porque me acuerdo de todos estos detalles, podría decir que hasta era rubio y llevaba rulos. Creo que es por cómo
los contaba o simplemente porque el alcohol me había aflojado la espalda.
Terminamos
la primera cerveza y sin preguntarme pidió otra. “Yo no estoy acostumbrado a
este tipo de minas” pensé. Y arrancó con el tercero. En este caso si fuese
Sabina sería Dolores. Éste era músico y se dedicaba a la producción.
Parece que el tipo llevaba un gran dolor adentro y que por eso para ella le gustaba el punk. Nunca había
escuchado semejante estupidez. Llego a contarme que ese fin de semana había
dormido en su casa sabiendo que él estaba de novio. A mí ya me parecía mucho. Ella
se creía el hada madrina del él, lo había incentivado para que vuelva a tocar
en vivo. Como todo músico le había
escrito una canción, me la cantó y yo me reí, no del pibe sino de la situación.
Estaba en un bar con Sofía que no la veía hace quince años cantándome una canción que le habían escrito a
ella. Resumió la receta pero se notaba que todavía le dolía. “¿Entendés que la pasé
espectacular y que le di todo mi amor cuando ya era tarde?”. Y la palabra tarde
me quedo retumbando en la cabeza. Tal vez, todavía no era tarde. Creo que se lo
dije, va no sé, yo ya estaba borracho.
Mientras
me relataba sus fracasos amorosos me daban ganas de besarla. Me daba mucha
tristeza la manera de contar su historia. Y al mismo tiempo la odiaba. Me ponía
en el lugar de esos pobres pibes que habían sido rechazados, que no habían sido
mirados y de eso, yo sí que entendía. Mi relación con Catalina esta buena y es sana pero
creo que nunca hubiese estado con ella si Rosario no me hubiese partido el
corazón. Catalina una vez me preguntó. Quiso saber sí alguna vez había amado
más a alguien que a ella. Yo mentí. Le dije que no. Ella sabía que yo le estaba
mintiendo.
Se
terminó la tercera cerveza. Si, había pedido tres cervezas y nunca me preguntó
sí yo quería. Pretendí no parecer flojo, estaba en el baile y bailé. Sofía miró
para afuera y dijo “Se hizo de noche, ¿qué hora es?”.
Contesté que eran las ocho menos cuarto. Abrió los ojos, sorprendida y se levantó.
Le dije “¡Para!” y le di un beso en la punta da boca. Esta vez fue un poco
queriendo y otro no. Me sonrió, abrió su cartera, dejo cincuenta pesos en la
mesa de madera y se fue. Todavía no se de qué trabajaba, dónde vive, qué paso con su gato Billy. Lo único que estoy seguro es no fue la primera vez que intentaba acercarme y se iba corriendo.
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